viernes, 19 de septiembre de 2008

Envidia - de la serie sentimientos humanos

No conoce el mar pero si los olores de las fragancias que emana. Los últimos 10 años los ha pasado de 8 a 6 encerrada en aquella fulgir suntuosidad que recreaba los sueños de su vida anhelada y siempre estropeada por la carga del género que no decidió de nacimiento.


Le gustaba mantener el espacio ajeno limpio mientras que el propio se secaba con la inmundicia de sus codicias palpables. Y es que los anhelos de los otros le inyectaban esperanzas a sus castillos desiertos. Esa mañana hizo lo de siempre, la ama y señora de la casa que algún día creyo ser le abria las puertas a las ficciones materiales que ha cristalizado.

Servia comia; tendía los aposentos de plumas donde descansan los otros, ellos, los de las aspiraciones cumplidas. Se frustraba por tener que compartir la cama con un don nadie que gana la vida en una esquina vendiendo historias pasadas y cuyo mayor triunfo es ver en vivo un clásico de la distracción mexicana por excelencia. Ella no era así, tenía otras intenciones y vivia para medio vivirlas.

Admiraba en secreto y a hurtadillas a la señora de la casa: alta, banca, vigorosa, hermosa... que día a día iba rejuveneciendo atentando a la vida misma y a su condición de ser humano. Madre de tres hijos, abuela de dos niños quienes con el paso de los días se había convertido en algo más que la mucama de entrada por salida, había pasado a ser parte de un objeto más de esa casa de contradicciones.

A las 2 de la tarde esperando en la antesala de los infiernos a que llegará el señor que este día tan particular de octubre tenía un aire fantasmal. Emezaban a correr las primeros vandalazos de la tarde que presagiaba la tormenta que se cernia sobre esa majestuosidad de oropeles y mármoles. Las 3 de la tarde y no llego y con ello el recibiento cálido de unos brazos extraños que sentía suyos.

La codicia en ella no tenía escrupulos, siempre queriendo vivir vidas ajenas sintiéndolas enormemente propias, hasta que se dio cuenta de la tragedia. Sonó el teléfono, era un alto mando policiaco que aseguraba que el hijo menor de esa familia de sueños y avernos había perecido bajo el arma de desquiciado... y respiro de no estar en los tacones de la señora de la casa.

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