Hubo un suceso que sacó a relucir la industria de la moda:
El 24 de abril del 2013 un edificio de ocho pisos, en las afueras de Daca se
derrumbó sobre los empleados de la fábrica textil y que producía prendas para
una treintena de marcas occidentales, dejando un saldo de más de 1000 muertos y
2000 heridos.
Este hecho dejó en evidencia lo que está detrás de las
marcas y que pocas veces es observado al momento de comprar indumentaria: la
explotación en la industria textil. No se puede estudiar este fenómeno de forma
aislada pues es un síntoma de otros más que van de la mano de la injusta
distribución de la riqueza, la desigualdad entre oriente y occidente, la
explotación infantil, la contaminación, la generación de deshechos, la falta de dignidad humana y reconocimiento del otro.
No es necesario ir al continente asiático para encontrar
estas injusticias; en el pasado terremoto del 19 de septiembre se desplomó un
edificio de costureras en la ciudad de México y no se le dio la atención al
salvamento de costureras como se le otorgo a zonas de mayor opulencia de la
ciudad. Curiosamente, en el sismo de 1985 la situación fue similar cuando los
dueños de las empresas corrieron a rescatar la maquinaría dejando a su suerte a
las trabajadoras de la costura.
El consumo es uno de los problemas complejos de este siglo
pues a pesar de generar un movimiento económico trae como consecuencia la
generación de males sociales como la violencia y la marginación. Vivimos una
época donde se antepone el consumo como símbolo de progreso cultural que la
construcción de sociedades plenas y justas.
Me aterra pensar como en Puebla hemos cedido terreno a la aparición
de centros comerciales como un signo de crecimiento y desarrollo social y hemos
dejado a un lado el crecimiento educativo y cultural que nos permite generar
espacios de diálogo e interacción entre todos. Desafortunadamente no podemos alejarnos
de ese macro entorno que dicta lo que debe ser frente a lo que podría ser.
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